¿ Birdman es una megaproducción de un Superhéroe con poderes telequinéticos inspirado en un comic de los años 70 que llegara a la pantalla chica como dibujo animado?; ¿ Birdman es una comedia sardónica al estilo Robert Altman en Las reglas del juego -The Player, 1992- que pone el ojo en el impostado mundillo de los actores y la industria del cine? ; ¿ Birdman es acaso el retrato descarnado y cruel de un actor fracasado que busca redención en las artes denominadas serias o la lucha de un hombre analógico en la era digital? ; ¿ Birdman es otro exabrupto del director mexicano Alejandro González Iñárritu que vuelve a reflexionar sobre el sentido y la existencia en la incansable búsqueda por la autenticidad?
Ahí va Birdman, con sus preguntas a cuestas, en busca del Oscar para arrebatarle la corona a Boyhood, otra de las favoritas que seguramente será protagonista el 22 de febrero.
Todos los interrogantes encajan de manera adecuada a la hora de establecer un análisis sobre esta extraña comedia negra de Alejandro González Iñárritu, director de Biutiful y parte de ese aspecto lo constituye un guión compartido con tres personas más que aportaron sus ideas a la trama. Algunas de los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bo que fueran exploradas en El último Elvis como por ejemplo la tensa relación padre e hija y la dicotomía eterna entre la pasión y la obligación.
Pero también el film adopta un costado metafísico que se cuela entre las líneas narrativas que se entrecruzan en una puesta en escena muy ambiciosa donde el mundo de la realidad y la ficción coexisten en los pasillos de un teatro. ¿Cuánto pesa la verdad? ¿21 gramos, igual que el alma? Y ¿el ego? es precisamente lo que nos hace vulnerables a la gravedad. En definitiva, se trata del despojo o de ese eterno trabajo de despojarse de todo lo que sobra para no cargar con tanto peso muerto.
Tal vez esa es la mayor pregunta que Birdman intenta responder desde su personaje protagonista en la piel de un Michael Keatonque merece ganarse el Oscar en su terna.
Y junto a Birdman, va la prosa del escritor norteamericano Raymond Carver con su realismo sucio, que rompe adjetivos y adverbios con la misma fuerza que intenta hablar del amor absoluto un actor devenido superhéroe hollywoodense, que lo único que quiere es que lo amen en el crepúsculo de su vida. No hay Sol en el crepúsculo, pero puede haber verdad y si hay verdad hay libertad.
Y con Carver, un guión a ocho manos retrucándolo todo, hablando de todo sin decir nada y por eso sus notables virtudes y defectos equiparan la balanza, a sabiendas que el caos se puede controlar si detrás de cámara dirige un perfeccionista, ególatra, cínico, que en su temprana infancia navegó por el mundo y conoció mucho de ese mundo imperfecto, áspero, descolorido, loco.
Birdman es una película sobre el ego dirigida por un director ombliguista, un mexicano que apela a la comedia negra para reírse de sí mismo y de la industria que lo utiliza y lo premia porque es rentable. La ecuación perfecta para que todos ganen, con elenco de lujo que conoce el paño celebrity y que en su mayoría formaron parte de proyectos comerciales inspirados en comics como por ejemplo Edward Norton con Hulk y Michael Keaton con Batman.
Junto a este director, etiquetado por muchos de manierista, van el cine y el teatro, dos universos parecidos pero diferentes y un plano secuencia de 119 minutos tan artificioso como el agua que reemplaza al whisky en la representación teatral de De qué hablamos cuando hablamos de amor.