El derrotero que atraviesa la historia extra cinematográfica del film cuenta con los mismos elementos que podrían integrar una épica historia de amor entre restauradores y amantes incondicionales del cine con final feliz o una tragedia de desenlace incierto por las innumerables manipulaciones que debió soportar esta película desde sus orígenes hasta la fecha. Igual que lo que ocurre en el argumento del film, concebido desde la pluma de la novelista y guionista Thea von Harbou y complementado con el genio y talento del cineasta austríaco que tradujo en lenguaje cinematográfico de vanguardia sus ideas.
Cualquier análisis que pueda aventurarse en materia de crítica hacia las ideas reaccionarias de esta confesa admiradora del nacionalsocialismo, visto a la distancia, resulta poco más que ingenuo sin tener presente el contexto y la época en que se originó esta mega producción, aún considerada en nuestros días la más cara de la historia del cine alemán y que no tuvo el éxito esperado en aquella época.
Una de las genialidades que hacen de esta obra maestra una pieza artística única es que a pesar de las terribles mutilaciones y cortes -que en diversas ocasiones alteraron el sentido mismo de la historia- su esencia y mensaje profético post revolución industrial quedan intactos y permiten todavía relecturas desde cualquier ángulo, a diferencia de otros grandes clásicos que hoy no resisten el paso del tiempo o al menos parecen anacrónicos.
Claro que de aquellos privilegiados espectadores berlineses que se enfrentaron a la copia original de 170 minutos -exhibida entre enero y mayo de 1927- quedan apenas los fantasmas como esos retazos inconexos del celuloide dado que luego de ese corto período el film fue mutando en otra película, producto de los enormes vacios provocados por los cortes. Por ejemplo, la versión estrenada en Estados Unidos es de 120 minutos y así surgieron, a lo largo de la historia, diferentes Metrópolis con duraciones dispares.
Para todo aquel cinéfilo o aficionado al cine mudo, tomar contacto con la experiencia cinematográfica que implica sumergirse en el universo creado por Fritz Lang, el hallazgo de la versión reconstruida a partir de la copia encontrada en el Museo del cine en 2008 (tal como queda reflejado en los créditos de inicio) significa por un lado retrotraerse en el tiempo y disfrutar del mismo privilegio de aquellos espectadores de Berlín o de los porteños que pudieron conocerla en la década del 20 y por otro lado tener acceso a secuencias inéditas o planos jamás vistos que resignifican y completan esas zonas oscuras que dejaban las copias anteriores.
Si bien es cierto que el material recuperado no cuenta con una calidad de imagen equivalente al resto de la copia, su nitidez es suficiente de manera que resulta imposible no comprender lo que se está viendo.
Continúa en
Metrópolis: El mediador entre el cerebro y la mano