La IA no nos reemplaza; nos obliga a evolucionar
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La inteligencia artificial no elimina al ser humano, aunque obliga a repensar la manera en que aportamos valor dentro de los entornos laborales, ya que automatiza con enorme eficiencia las tareas repetitivas y administrativas, dejando a las personas más espacio para concentrarse en la creatividad, el análisis y la generación de ideas. Hoy existen más de 40.000 aplicaciones de IA desarrolladas para ejecutar 15.000 tipos de tareas y respaldar más de 5.000 roles profesionales, lo que demuestra que la transformación en curso no es teórica, sino concreta y masiva.
Por primera vez en décadas, la tecnología no es exclusiva de grandes corporaciones, porque la transformación digital dejó de requerir inversiones millonarias y comenzó a estar al alcance de pymes, emprendedores e incluso profesionales independientes, quienes ahora pueden diseñar nuevos modelos de negocio basados en datos y multiplicar su productividad sin necesidad de ampliar sus equipos.
Sin embargo, este proceso también genera tensiones evidentes: los empleos rutinarios y administrativos están siendo desplazados con rapidez, mientras que los roles intermedios -aquellos que no son ni manuales ni altamente especializados- corren el riesgo de desaparecer, lo que profundiza la polarización entre trabajadores de baja y alta calificación si no se implementan políticas adecuadas de reconversión y regulación ética.
La buena noticia es que, lejos de reducir las oportunidades laborales, la IA impulsa el surgimiento de nuevos perfiles que combinan lo tecnológico con lo humano de una manera inédita. Crecen las posiciones híbridas, como los especialistas en ciencia de datos, los ingenieros en IA, los expertos en ética algorítmica o los diseñadores de experiencias centradas en las personas, así como los profesionales de la salud potenciados por herramientas inteligentes, los educadores capaces de ofrecer formación personalizada o los técnicos vinculados a la robótica y las energías renovables que integran software con habilidades manuales especializadas.
El último informe del World Economic Forum confirma que esta transición no es opcional, ya que estima que durante esta década se crearán 170 millones de nuevos empleos impulsados por tecnologías emergentes, pero al mismo tiempo desaparecerán o serán automatizados 92 millones de roles actuales, dejando en evidencia que un 60% de los trabajadores necesitará reconvertirse antes de 2030 para no quedar fuera del mercado laboral. En este contexto, el aprendizaje continuo se convierte en una obligación estratégica para individuos, empresas y gobiernos.
Ahora bien, la formación necesaria no se limita a adquirir conocimientos técnicos, sino que requiere fortalecer competencias profundamente humanas, como el pensamiento crítico y ético, la creatividad aplicada a la resolución de problemas complejos, la inteligencia emocional para liderar equipos diversos y el liderazgo colaborativo que permita integrar el aporte de máquinas y personas en lugar de enfrentarlos.
Un ejemplo claro surge de los estudios sobre productividad de agentes de IA: cuando una tarea estimada para un humano requiere 50 minutos, la inteligencia artificial sólo alcanza niveles de precisión del 15 %, mientras que, si alguien desglosa esa tarea en segmentos breves de 15 minutos verificables, la precisión del agente puede escalar al 90 %, revelando la importancia de contar con profesionales capaces de interpretar procesos, dividirlos en etapas y traducirlos en instrucciones claras para los sistemas inteligentes.
Estamos frente a un cambio de paradigma que no debemos temer, sino comprender y liderar. La IA no nos reemplaza; nos obliga a evolucionar y redefinir qué significa trabajar en un mundo donde las máquinas ejecutan, pero las personas siguen decidiendo para qué y para quién lo hacen.
Por Walter Abrigo. Socio y Director General de Santex