Los momentos de crisis económicas tienen una faceta harto conocida: los más débiles se llevan la peor parte. En nuestra sociedad, el trabajo es equivalente al derecho a vivir y junto con el lenguaje podríamos decir que son dos de las características fundamentales que definen al hombre como especie. Sin embargo, existe una gran paradoja: si el hombre necesita del trabajo para ganarse el derecho a vivir ¿qué sucede cuando este derecho no se puede ejercer? No hay dudas de que esta crisis global está repercutiendo en el trabajo por la pérdida de empleos. Ya nadie seriamente puede sostener que el desempleo reinante es voluntario. Pero ¿qué pasó? ¿Acaso el trabajo se ha vuelto una mercancía superflua? Pues no, el trabajo sigue y seguirá siendo socialmente necesario. El problema es que la tecnología, que alguna vez se pensó como liberadora del hombre, se convirtió en una competencia fuera de control por liberarse de los hombres en función de obtener más ganancias reduciendo costos. Si en una situación de pleno empleo, en función de las famosas ?leyes de la oferta y la demanda?, el salario tiende a apreciarse porque se entiende que es un bien escaso, la lógica contraria es que con una desocupación o ?ejército de reserva? importante, el salario tiende a depreciarse. Así como la brecha entre los países ricos y pobres en el mundo sigue aumentando, en Argentina, la diferencia entre los que más ganan y los que menos ganan sigue siendo cada vez más desigual. Es evidente que algunos pocos se están quedando con la parte del león. ¿Por qué no se escucha que nadie hable de una ?renta decorosa? o de un ?precio justo?? Porque así como la guerra se desplazó al plano económico también se desplazó al plano cultural: no se pueden cuestionar las ganancias. Nos acostumbraron a pensar que del trabajo sólo importa la parte que permite aumentar las ganancias y por eso las empresas ahora hablan de sus empleados como ?recursos humanos?, en lugar de ?personal?. Ahora bien, si para que una empresa privada no deje de ser rentable tiene que reducir su personal, significa que los nuevos desocupados contribuyen a que las empresas sigan ganando. Entonces ¿no sería justo que recibieran alguna retribución? No sólo del seguro de desempleo que es estatal y pasajero, sino de una retribución que al menos le permita a los desocupados seguir siendo parte de este mundo. La clase política y los empresarios, que cada día se parecen más y celebran más negocios, son concientes de la situación pero se hacen los tontos. Saben muy bien que los despidos programados son la base que tienen las empresas para salir de la crisis. Las empresas no están para hacer caridad y saben cómo imponer condiciones al Estado en función de que no toquen sus sagradas ganancias. No por nada en el jardín de infantes hasta hace pocos años atrás se cantaba la alegórica canción ?Aserrín aserrán?. Esa coacción infantil temprana, en época de crisis se vuelve real. Si el futuro crecimiento económico depende del desempleo, llámese reestructuración para una empresa saneada, sustentable y bla, bla, bla, sería un crecimiento que causa desempleo. Y la experiencia nos demuestra que no hay ninguna relación para suponer que el beneficio de las empresas implique la prosperidad social, al contrario, lo que hay es una mundialización de la miseria; los mismos problemas en todos lados. Migrantes que buscan mejores condiciones de explotación implorando el derecho a ser esclavos. Basta salir a la calle y ver cómo niños son expulsados de su niñez en la más cínica indolencia de parte de las autoridades y de muchos que ni siquiera los miran. Los pobres a veces son nombrados en un discurso emocionado, afectado y bien actuado pero no lo suficiente como para no darse cuenta de que es una puesta en escena. Y por eso hasta ahora ningún político enriquecido donó parte de su patrimonio para sacar a más pobres de la pobreza ¡Eso sería una muestra de vocación, audacia y compromiso por un proyecto de país verdaderamente inclusivo! Cuando las grandes empresas estén de buen humor y crean que es hora de recuperar mercados y ?los datos económicos? digan que la crisis está pasando, habrá que mirar alrededor para hacerse las mismas preguntas de siempre: ¿quiénes, cuántos, cómo y por qué están mejor? ¿Los índices sociales de pobreza mejoran sustancialmente o se dibujan y empeoran? ¿Mejora la redistribución de la riqueza o es sólo un eslogan? ¿Hay más bienestar general o sigue siendo el sálvese quién pueda? ¿La política empieza a ser una herramienta de transformación social o sigue siendo una privatización de las esperanzas ciudadanas para aumentar el patrimonio personal del político estafador?