Los creadores de Televisión Abierta regresan al cine, después de varios años de ausencia. Mariano Cohny Gastón Duprat, dijeron: queridos, vamos a comprar cigarrillos y volvemos, y desde eso pasaron 5 años. Prácticamente lo que le sucedía al personaje de Emilio Disi, que hacía un pacto con el diablo y rejuvenecía varias vidas.
Hay algo demoníaco, maquiavélico, dantesco en El ciudadano ilustre: un personaje que hace un viaje hacia los diversos círculos del infierno, que no es más ni menos que su propio origen.
Mucho más cínicos y oscuros, Cohn y Duprat se distinguen por odiar a sus protagonistas, y también a sus secundarios. En el universo de la dupla ganadora de múltiples reconocimientos por El hombre de al lado y El artista, solo los vecinos comunes se salvan del purgatorio. Aquellos que participaron de su ciclo televisivo y del mediometraje Living Stars.
Pero los personajes de ficción no sobreviven. Son representantes de dos culturas populares, una snob, otra ignorante. Ambas culturas conviven y se autodestruyen en un mismo país, que puede ser representado por un asilo de ancianos, la medianera de un edificio o un pueblo imaginario, demasiado real para ser de fantasía.
Esta nueva obra escrita como es costumbre por Andrés Duprat, hermano de uno de los realizadores, lleva al espectador a imaginar la vida de un premio Nobel de literatura argentino. Y este dato no es menor. Daniel Mantovani pretende ser humilde, intelectual y rebelde ante la sociedad europea, pero no es más que otro soberbio y orgulloso argentino, autoexiliado y ermitaño por capricho, pero suficientemente narcisista para aceptar la invitación a regresar a su pueblo natal, Salas, donde será condecorado como Ciudadano ilustre.
Acepta, quizás por la idea romántica de reencontrarse con los personajes que inspiraron su obra literaria o volver a ver a la única mujer que siempre quiso. Ese clasicismo, tan propio del cine y la literatura estadounidense es lo primero que destruyen Cohn y Duprat, que dejan su perfecta y meticulosa puesta en escena arquitectónica en Europa –tan marcada en sus dos primera película- para ofrecer un relato, que incluso a nivel estético, parece costumbrista. No, no se trata de algo chato, como señalaron varios críticos. En la dupla no existen las decisiones azarosas, ni en la estética ni la elección de los intérpretes, cuya justificación parece calculada, incluso por la postura ideológica-política personal de cada actor. Satirizar la política es algo herrumbrado en su primera obra, Yo, presidente. Acá se manifiesta en formato ficción.
Esto sucede porque Salas, este pueblo, no es más ni menos que la representación de un país, influenciado por un dogmatismo invisible que lo penetra en todos los poros. Y así, en este pueblo aflora lo peor de la sociedad: la corrupción cultural, la misoginia rural, el patoterismo, etc.
Pero Mantovani está lejos de ser un héroe, e incluso, un antihéroe. El protagonista –impecable actuación de Oscar Martínez- no es un mártir. Es un símbolo reaccionario y despechado de la otra cara de la sociedad argentina, disfrazado de progresista. En el cine de Cohn y Duprat no existen los blancos. Todos es negro con algunos matices grises.
Sátira política y social, El ciudadano ilustre desnuda la representación de dos argentinas con discursos cuestionables –como la división que plantean en El hombre de al lado- Mantovani es honesto y severo, pero también tiene el germen hipócrita de su tierra, y en medio de un discurso sobre su definición de arte, amaga a colarse un discurso del genocida Videla.
El personaje y el espectador ganan su ticket hacia el último círculo del infierno. Los directores ponen un espejo a la sociedad, con sutileza, diálogo directo, transparencia pero no subrayado, con sobriedad pero no soberbia. Hay un apunte genuino y social sobre el egoísmo argentino que desencanta: mitificamos a cualquiera, le ponemos la etiqueta “es un producto nuestro, si no fuera nuestro no nos importaría”.
Aún cuando se trata de una producción más ambiciosas que sus anteriores obra, El ciudadano ilustre también contiene mucho de los orígenes televisivos de los directores: un desfile de personajes demasiado reales para ser ficcionalizados, que tienen sus breves minutos de gloria para ser reconocidos.
Martínez se pone gran peso del film sobre los hombros. La puesta de cámara es menos prolija, pero igual de intensa. Hay muchos planos fijos y secuencias sin cortes, que pasan casi inadvertidos por un montaje naturalista. Sin embargo, incluso en su aspecto realista, hay algo siniestro y surreal en el pueblo de Salas, que bordean el absurdo y la representación grotesca, de trazo grueso.
Dady Brieva, Manuel Vicentey Andrea Frigerio –componiendo al único personaje que no termina de constituirse- acompañan al protagonista y a los millones de detalles a los que los directores le prestan atención, sin importar si alguien los encuentra.
El ciudadano ilustre es una comedia negra, más oscura y ácida de lo que aparenta en una primera visión. Es fría y distante, ingeniosa, interpela al espectador y se mete en terrenos pantanosos, que el argentino, no desea ver. A pesar de no pretender generar empatía con algún personaje, es imposible no sentir identificación con todo el universo que se construye. El talento artístico es un complemento que la convierten en una obra fundamental, célebre, ilustre.