Desde que uno entra a la flamante Sala Roseti del director Juan Coulasso, se intuye que no se va a ver un espectáculo tradicional.
Sillas amontonadas sobre el escenario y la solicitud de la asistente de que las tomemos y nos sentemos es el primer signo de que no solo vamos a ser testigos, sino también partícipes esenciales de toda la obra.
El mundo más fuerte que yo es indescriptible porque marca reglas que posiblemente nunca se cumplan. Es una anarquía satírica de cualquier concepto teatral. Una actriz -Victoria Roland- está en crisis como la Ifigenia que representa. Un diálogo con la cuarta pared, con el director y la asistente cumpliendo sus roles en escena y llevándolos a un extremo, personificando elementos donde se extiende su rol para armar conceptos o juegos que le sirven a la protagonista a través de extraños soliloquios que es la actuación y hasta donde se puede jugar con el público.
El mundo es más fuerte que yo genera preguntas de las que se burla al minuto y el resultado es inclasificable. Ejectable, pero atractivo, adrenalínico y sobretodo, adictivo, es un viaje que pretende generar incomodidad en el espectador y lo logra con genuinidad, aprovechando efectos luminosos, la música en vivo de Matias Coulasso -hermano del director- y la austeridad de la asistente.Hay violencia, hay sexo, hay sensualidad, pero también artificialidad, y en esa artificialidad, Roland deja la vida, en un tour de force desbordante de energía.
El mundo es más fuerte que yo es una alternativa ante tanta teatralidad que se ha congelado en el tiempo; una alternativa crítica ante tanto teatro esquemático y previsible. La búsqueda de los hermanos Coulasso y Roland trasciende el simple experimento. Es un trabajo con una meta simbólica que hará temblar los simientos -literales- de la posición del espectador dentro de cualquier espectáculo. Y a la vez es una reflexión sobre la actualidad, sobre la introducción del contexto en el proceso creativo, de involucrar la respuesta del público a la narrativa.
A la salida se siente la misma incomodidad que se percibía en la entrada. Que algo que vimos nos acaba de mover el piso, que algo no está bien en el mundo, que la teatralidad nos supera, que nosotros somos parte de la teatralidad y el arte es la verdad. O quizás sea todo un absurdo gigante, la mejor burla a los espectadores que se haya creado.
Y no hay duda, ahí sí confirmamos la hipótesis: el mundo es más fuerte que yo.