Inspirada en la autobiografía A Long Way Home, de Saroo Brierley, Un camino a casa narra la vida del autor del libro, desde su infancia en un pueblo cercano a Calcuta, India, hasta su joven adultez, buscando y reencontrándose con sus orígenes.
Saroo es criado por una madre soltera en una villa humilde. Una noche, su hermano mayor, adolescente, decide escaparse de la casa para realizar un trabajo que le permita colaborar económicamente con su familia. El pequeño Saroo, de apenas 5 años, insiste en acompañarlo, pero durante el viaje se queda dormido. Su hermano, cuando llegan en tren hasta su destino, lo deja durmiendo en la estación y le pide que no se mueva hasta que vuelva. Cuando el protagonista se despierta, no encuentra a su hermano y decide salir a buscarlo en un tren que se encuentra vacío. El tren arranca y el pobre Saroo termina en Calcuta, solo, perdido.
La primera hora de Un camino a casa describe la aventura de Saroo, atravesando India, intentando regresar a su casa, conociendo personajes siniestros, como si se tratara de una versión india deOliver Twist. Después de pasar por un orfanato, Saroo es adoptado por un matrimonio australiano que lo está esperando en Melbourne.
El film de Garth Davis –notable director publicitario- desnuda los contrastes de clases, entre la miseria económica del país asiático y del centro urbano de la nación insular. Desde la notable secuencia de títulos, Davis hace gala de una cuidada puesta cinematográfica y una fotografía de encuadres panorámicos, similar a los que podría haber hecho David Lean en Pasaje a la India o Sidney Pollack en África mía. A pesar de que las desventuras –y la vida- de Saroo, es una suma de golpes bajos, Davis no se regodea en la miseria, sino que narra con intensidad y seguridad, pulso seguro. El cine es acción y más allá de lo terrible que parezca cada escena, Davis consigue ser sutil y dar la información precisa para no caer en lo explícito.
La segunda hora del film exhibe al protagonista, ya adulto, teniendo una vida burguesa. Un chico inteligente, agradecido de su crianza elitista dentro de una familia en buena posición económica. Saroo decide mudarse de ciudad para tener una extensión universitaria. Ahí conoce a Lucy, una estadounidense con quién inevitablemente concretará una relación romántica. Sin embargo, en medio de una cena con un compañero indio, se vuelve a reencontrar con sus raíces, así como la curiosidad por regresar a su pueblo natal y conocer el destino de su familia.
La historia de Saroo adulto exhibe las contradicciones de un joven que por un lado necesita conocer su pasado, pero que por otro vive muy cómodo con su familia adoptiva, a la que no quiere romper el corazón.
Lejos del melodrama, y aún con ciertos diálogos explicativos, Davis cuida el dilema intimista del protagonista, sin dejar de lado su búsqueda. En este sentido es inevitable la relevancia que cobra el Google Earth como una herramienta vital para encontrar sus orígenes, al punto que podría ser la mejor publicidad jamás hecha para dicha aplicación tecnológica.
El film es honesto en sus pretensiones y bellísimo en su puesta en escena. Si bien no puede evitar caer en algunos lugares comunes y una moraleja bastante obvia, Davis es inteligente e ingenioso para poner la cámara. Consigue que el protagonista empatice con el público, pero manteniendo una cierta distancia, para no convertir a su film en un culebrón de la tarde.
Dev Patel–y especialmente- el pequeño Sunny Pawar consiguen verosímiles, contenidas y potentes interpretaciones. La mirada de joven actor es increíble. Por su parte Patel, nacido en Inglaterra pero de descendencia india, logra separarse del personaje que le dio nombre gracias a la sobreestimada y oscarizada Quién quiere ser millonario. Si bien, la película de Danny Boyle del 2008, es una referencia obvia y directa para el público occidental, Davis evita regodearse en la miseria para concentrarse en los hechos. Realmente, podría haber sido mucho más manipulador.
Pero lo que Davis realmente demuestra es solidez para narrar sin apelar a efectos visuales, una estética pintoresca o un montaje videoclipero. El clasicismo le sienta bien a esta historia que podría haber sido filmada hace 50 años. Nicole Kidman –exagerada nominación al Oscar- David Wenham y, especialmente Rooney Mara, acompañan sórdidamente a Patel, protagonista absoluto.
La fotografía y la música son compañeras esenciales de la narración. El film es dinámico y atrapante, y aunque en el final apunta a ser lacrimógeno, lo hace con herramientas genuinas, sinceras sin truco ni demagogias. Y también demuestra de que forma, las innovaciones tecnológicas se convierten en las armas de los nuevos antihéroes.
Un camino a casano esconde cierta mirada paternalista, pero es innegable que la historia de Saroo es relato cinematográfico puro, y eso termina siendo más fuerte que cualquier sublectura política. Garth Davis le escapa a los estereotipos y retrata con crudeza pero sin filtros, una narración atractiva, por momentos frenética, pero también reflexiva sobre el mundo, con sus contrastes sociales, pero también con belleza y optimismo.