Para los que viven en una especie de burbuja y no saben quién es y qué hizo Edward Snowden, Oliver Stone lo explica de la manera más básica, cronológica y discursiva posible. Este muchacho -que se alistó en el ejército para defender su patria y debió abandonarlo tras doble fractura en las piernas en pleno entrenamiento- se convirtió en el hombre más buscado por los servicios de inteligencia estadounidenses con sólo 29 años.
Fue el creador de un software que posibilitó que la NSA pueda espiar a cada ciudadano del mundo mediante cualquier dispositivo cibernético. El Internet se convierte, de esta forma, en la mejor arma de espionaje del mundo. El film de Stone se encarga de despejar todas las dudas sobre el protagonista y su responsabilidad en todo el asunto, convirtiéndolo en una suerte de antihéroe moderno, que pasó de ser defensor del gobierno a liberal protector de la privacidad individualista.
La acción comienza en Honk Kong en 2013. La documentalista Laura Poitras y el periodista de The Guardian, Glenn Greenwald, deben reunirse con un importante asesor técnico de la Agencia de Seguridad Nacional dispuesto a revelar secretos confidenciales que pondrán en juego a una de las agencias secretas más importantes de Estados Unidos. A partir de este instante, el realizador de Pelotón y JFK, construye en formato de flashbacks, el rompecabezas Snowden.
La película muestra en forma bastante superficial las contradicciones del personaje y de la ideología estadounidense, pero se detiene excesivamente en el perfil emocional del protagonista, en especial en lo que respecta a la relación con su novia, que se convierte en la conciencia moral de toda su historia.
Clisés, excesos dramáticos, diálogos básicos y sobreexplicaciones son las herramientas narrativas que usa Stone para cerrar el relato. Personajes estereotipados acompañan al protagonista. El villano de turno es el instructor / mentor de Snowden, Corbin O´Brian – buena composición del versátil Rhys Ifans- a quién Stone retrata de manera siniestra de principio a fin, sin ningún matiz. Cada compañero no es más que un arquetipo de nerd, poco convincente en el contexto de la historia.
Sin demasiadas sutilezas, se puede decir a favor, que es un film bastante entretenido. Teniendo en cuenta que las últimas obras de Stone fueron bastante irregulares, esta es la más redonda de todas, pero eso no quita que sea un poco boba su estructura narrativa, como si hubiese sido pensada para televisión. Incluso en sus trasposiciones más fallidas, Stone construyó siempre puestas en escena cinematográficas, incluso al borde de la experimentación visual, sin miedo a caer en el ridículo. Sin embargo, Snowden, tiene una transparencia preocupante, poco arriesgada desde su estética, como hecha a las apuradas o con desgano.
Aún cuando el mensaje queda bastante claro, la denuncia está presente y el personaje es reivindicado, no se puede negar que tanta corrección audiovisual con un personaje políticamente incorrecto –más allá de que en realidad hizo lo correcto-termina por convertir al film en una obra mediocre y convencional, en la que además desaprovecha un buen elenco que encabezan, Joseph Gordon-Levitt, Shailene Woodley y Nicolas Cage, en su mejor interpretación en bastante tiempo.
En otras épocas, a Stone no le importaba tanto lo que opinaran de él, pero parece que tantos fracasos al hilo, provocaron que se aligere un poco. En conclusión, para conocer mejor el caso Snowden hay que ver el documental de Poitras, Citizenfour. Esta ficcionalización demuestra una vez más que el verdadero impostor es el realizador estadounidense, un genuino vendedor de humo. La provocación ya forma parte de su pasado. Snowden es superficial, pasatista y meramente, efectista. Una lástima, porque el personaje merecía un mejor tratamiento.