Cuando El código Da Vinci salió a la venta, pocos conocían de la existencia de Dan Brown. Pasaron 13 años de su publicación, y diez de su polémica adaptación cinematográfica, millones de ventas, documentales, etc. Hoy en día, ya se agotó la moda, y el fanatismo por Brown ha decaído.
Lo cierto, es que más allá del éxito, se trata de un pésimo escritor. Es probable, que el contenido histórico de sus obras resulte novedoso, verosímil e increíble para muchos, pero si vamos a las letras, el hombre tiene poco para aportar a la literatura.
Alfred Hitchcockdecía, que se puede hacer una buena película de un libro malo. De hecho, generalmente no elegía best sellers para adaptar cinematográficamente, porque para él, lo más importante era sacar la esencia de la novela y tener la libertad de inventar el resto. Le encantaba destrozar el material de origen.
Ron Howardes un director que se ha consolidado como uno de los mejores narradores de cine clásico de los últimos tiempos, pero a la hora de adaptar las palabras de Brown, no tiene en cuenta los consejos de Hitchcock. Le interesa mucho más explicar el qué se está contando, que diseñar un thriller que vibre más en adrenalina, con algo de ingenio narrativo, que las novelas carecen por completo.
Si bien Inferno se toma mucho menos en serio y es un entretenimiento más efímero y liviano que El código… o Ángeles y demonios, Howard no consigue mejorar la puntería con respecto a los resultados audiovisuales de esta tercera adaptación de las novelas del universo Brown.
Todo comienza en Florencia. Un químico multimillonario anuncia una especie de apocalipsis en caso de que no llegue una plaga y destruya la mitad de la población mundial. Este mismo personaje, poco tiempo después, se termina suicidando. La acción se desplaza a un hospital, donde Robert Langdon –un Tom Hanks que hace lo que puede con un personaje que no está a su medida- despierta casi amnésico y adolorido en un cama, bajo el cuidado de Sienna Brooks – Felicity Jones- una joven doctora británica. Pronto, ambos empezarán a ser perseguidos por un sicario y el organismo mundial de la salud. ¿El motivo? Se cree que este multimillonario creó un virus capaz de transformarse en plaga mundial. Langdon tiene solo 24 horas para descubrir donde se encuentra y como detenerlo.
El film es un típico thriller-rompecabezas. Langdon debe apelar a sus vagos recuerdos que aparecen de a poco, mezclados con visiones apocalípticas inspiradas en famosos cuadros. A medida que va recobrando la memoria, seguirá las pistas a través de pinturas y esculturas italianas, relacionadas con La divina comedia, de Dante Alighieri.
En los últimos años, Howard fue mejorando su estética, y la calidad visual de sus obras empezó a tener mayor calidad artística. Sin embargo, este mérito técnico no ayuda a que Inferno sea una gran película. Por el contrario, como sucede en las novelas de Brown, la acumulación de información y acción convierten a los personajes en chatos, carentes de empatía o heroísmo, pero más por inercia que por pretensión. Langdon es estático a nivel emocional, corre sin pensar, es cobarde, sigue órdenes y encima termina siendo sentimental. Si estuviésemos hablando de una comedia, sería un perfecto antihéroe. Por el contrario, es un héroe estúpido.
Alrededor de él, giran otros personajes, más misteriosos y, claro, engañosos, que quizás son más ricos en matices, pero uniformes con respecto al rol que les toca interpretar en la historia. Poco aportan, de paso, los buenos actores a un esquema narrativo tan banal.
La primera hora del film, sin embargo, es bastante entretenida si dejamos de lado la estupidez de la premisa, que pretende adquirir mayor relevancia de la que de verdad tiene. Siempre es divertido escuchar teorías conspirativas, y más aún si incluyen obras pictóricas y notables paisajes. David Koepp, nuevamente, a cargo del guión es más inteligente de lo que es Brown construyendo narrativa, y la mitad del film, al menos, atrapa.
Pero en la segunda todo se derrumba cuando se torna completamente previsible, obvia y más absurda de lo que se podría imaginar. Los personajes carecen completamente de lógica y coherencia. Especialmente el que le toca al interpretar al pobre Irrfan Kahn.
Inferno es una nueva demostración que a veces no hay que ser tan fiel al material original, que un buen director debe confiar más en su instinto de narrador y menos en la del autor. Más allá de algunos destacados rubros técnicos –la fotografía de Salvatore Totino, la banda de sonido de Hans Zimmer- el nuevo film protagonizado por Tom Hanks es un producto olvidable, un entretenimiento pasajero, tanto o más que las novelas de Dan Brown, que se leen en dos días durante las vacaciones, y se olvidan a los dos minutos.