La guerra fría siempre fue una fuerte inspiración para novelistas. Si bien el género de espionaje tiene como máximo referente al agente 007, nacido de la mente de Ian Fleming, otro autor ha conseguido infiltrarse dentro del mercado masivo de narrativa popular y, por supuesto, llegar a las pantallas televisivas y cinematográficas.
Se trata de John Le Carré, cuyo primer éxito se llamó El espía que vino del frío, en 1965, y la adaptación al cine estuvo protagonizada por Richard Burton. Después de 51 años, Le Carré sigue dando material, y tras la gran repercusión que tuvieron transposiciones como El jardinero fiel, El topoy El hombre más buscado, le tenía que llegar la hora a Un traidor entre nosotros.
La historia transporta al espectador a Rusia, donde un contador de la mafia es testigo de cómo el nuevo príncipe, que maneja el lavado de dinero, está asesinando a altos líderes del crimen organizado, en pos de hacer negocios sucios con empresarios y políticos ingleses. Hasta los criminales tienen algo de nobleza, y una familia a la que proteger. Por eso, Dima - Stellan Skarsgard- decide confiar en un matrimonio británico compuesto por Perry, un profesor universitario - Ewan McGregor- y Gail, una exitosa abogada - Naomie Harris- para que le entreguen un pen drive al MI6 –servicio secreto- con todas las cuentas de los corruptos británicos involucrados en el lavado de dinero.
Pero la tarea no es fácil porque Héctor - Damian Lewis, típico personaje de John Le Carré, similar a su alter ego George Smiley- el agente, que por motivos personales desea desenmascarar esta red criminal en Inglaterra, no tiene el apoyo de sus propios jefes para garantizar la seguridad de Dima y su familia. Persecuciones, traiciones, conversaciones secretas. La guerra fría se adapta a la tecnología del siglo XXI, y Sussana White lleva con prolijidad, suspenso, fluidez y buen ritmo la tensión narrativa del guión que el notable Hossein Aminirealiza sobre la novela de Le Carré.
Sin embargo, aunque el film está cuidado en todas las disciplinas artísticas y tiene el tono poco ostentoso, así como la frialdad que los británicos le imprimen a sus thrillers clásicos, muy lejos de la pomposidad, emotividad, sentimentalismo y efectismo hollywoodense, Un traidor entre nosotros es completamente intrascendente. Ni Perry ni Gail tienen suficiente profundidad dramática para generar empatía con el espectador, más allá del carisma de Harris. El matrimonio –en la ficción- está pasando por un momento de crisis, pero eso poco termina incidiendo en el relato. Es un adorno. Ambos protagonistas terminan siendo como piezas de ajedrez, movidas por Dima y Héctor, personajes más atractivos y empáticos, más allá de ser estereotipos y caricaturas del típico mafioso ruso de buen corazón o el diplomático británico por excelencia.
Más allá de eso, la calidez y sobriedad de Skarsgard, así como la sutileza de Lewis son los puntos más altos de un film que termina siendo bastante previsible, y menos ambicioso de lo que podría haber sido.
Un traidor entre nosotros se disfruta por su correcta narrativa, su clasicismo, su referencia al cine de Alfred Hitchcock –especialmente cierta connotación con El hombre que sabía demasiado- pero también decepciona por su superflua crítica política y el poco vuelo cinematográfico que White le impregna a todo el relato, a pesar de contar con una destacada fotografía y una excelente banda sonora. Una obra olvidable que va a pasar desapercibida lamentablemente. Una traición para John Le Carré y para el espectador.