El western es un género que no conoce fronteras. Si bien es asociado inequívocamente con la cultura estadounidense, debido a que la mayoría de sus relatos suceden durante o después de la Guerra de Secesión, reflejando las condiciones miserables, los dilemas morales, las olas de crímenes, la fiebre del oro, así como la industrialización de una nación, múltiples culturas fuera de la meca del cine han encontrado la forma de adaptar este género a su propios antecedentes históricos.
Fue el caso de Akira Kurosawa, que se inspiró en un relato samurái –aquella legión de guardaespaldas imperiales devenidos en mercenarios, también conocidos como ronin- para llevar el western a Japón, y reemplazar las pistolas por sables. De esta forma se fueron sucediendo inolvidables obras épicas que no solo fueron grandes éxitos transoceánicos, sino que inspiraron remakes angloparlantes. Los mejores ejemplos fueron: Por un puñado de dólares –el primer western spaguetti de Sergio Leone basada en Yojimbo- y Los siete magníficos, relectura de John Sturges de Los siete samuráis.
Un clásico de una etapa de transición, entre lo último de Ford y los futuros trabajos más revisionistas e independientes, esta obra cumbre mostraba a siete pistoleros que ayudaban a un pueblo mexicano a defenderse de los abusos de un bandido de su misma nacionalidad. Yul Brynner, Steve McQueen y Charles Bronson enfrentaban a la banda de Eli Wallach. El notable éxito de esta película, donde los fríos mercenarios descubrían su lado sensible al lado de niños y campesinos, generó secuelas y series que no tuvieron la repercusión del original film.
Después de varios años, por fin llega la remake hollywoodense tan esperada, con un elenco y un director de suficientes renombres para pelear codo a codo con la propuesta original, pero el duelo se termina inclinando por la obra de 1960.
¿Por qué Antoine Fuqua, creador de varios thrillers exitosos decidió incursionar en el western con una propuesta tan ambiciosa sin conocer demasiado el género, más allá de los estereotipos? No es suficiente reunir a Washington con Hawke, tampoco incluir al carismático protagonista de Guardianes de la galaxia, o contar con un guión firmado por Nic Pizzolatto, el extraordinario creador de la serie True Detective.
Lo que le falta a estos magníficos es humanidad, alma, corazón. La historia varía muy poco. Un pueblo de campesinos, típicos colonos –no mexicanos- es amenazado por Bogue, un terrateniente ambicioso que planea quedarse con el pueblo y saquear su oro. Una de sus habitantes –Haley Bennett- planea vengarse del asesinato de su marido, yendo a buscar a pistoleros que acaben con Bogue y su banda. De esta forma se encuentra con Chisolm, un cazarrecompensas con motivos personales para enfrentar al villano. De esta forma reúne una multiétnica banda de forajidos, ideales antihéroes para pelear usando todo tipo de armas: hachas, cuchillos y flechas.
A la película de Fuqua no le sobre ni un segundo de acción. Es entretenida, básica, pero llevadera. Director acostumbrado a llevar adelante la acción por sobre el contenido, Antoine comprende el ejercicio del relato, pero se olvida de lo más importante: los personajes. Más allá del ritmo y cierta simpatía para narrar, el film es frío y calculador. Poco se nota la mano de Pizzolatto detrás de la escritura. Los protagonistas son huecos, uniformes, casi aburridos.
Si el único de los “magníficos” que encuentra una evolución es el que interpreta –un poco sobreactuado- Ethan Hawke, es porque todo su arco narrativo remite directamente al film original a través del personaje de Robert Vaugh. Del resto del elenco, Denzel Washington muestra su habitual profesionalidad pero los demás están desaprovechados, especialmente Pratt, Vincent D´Onofrio y el villano compuesto por Peter Saarsgard.
A estos siete poco le interesan los campesinos más que para defenderlos del malo en cuestión. Apenas tienen relación, les enseñan a disparar y punto. No hay empatía mutua, no hay emoción, no hay amor por lo que se defiende. Solo ejecutar una misión. Si en la original, aún en su ingenuidad, los lazos eran el fuerte del film, acá cada personaje hace la suya. Como reflejo de la sociedad en la que vivimos, cada héroe actúa de manera individualista. Hay poca camadería.
Aunque hay poco lugar para la solemnidad, Fuqua tampoco le imprime suficiente humor, y si bien se destaca el nivel de adrenalina, es imposible lograr un vínculo espectador-personajes a lo largo de todo el film.
Caben destacar solo cuestiones técnicas: la notable edición, la hermosa puesta fotográfica a cargo de Mauro Fiore –el mismo de Avatar- y la fundamental banda sonora compuesta, en principio, por James Horner –fallecido un año atrás- y terminada por Simon Franglen.
Los siete magníficos del nuevo milenio son un grupo multirracial peleando contra un empresario que desea quedarse con todo, sin importar a quiénes está perjudicando en el camino. Una metáfora política obvia y necesaria. Pero sin la fortaleza de una narración sólida y personajes más multidimensionales, cualquier tipo de crítica termina siendo forzada y carente de una base en la que apoyarse. Cowboys eran los de antes.