Al ver el primero de los 8 capítulos que componen Stranger Things, el espectador se adentra en los verdaderos años 80, la década de las películas y música que hoy parece estar de moda pero ya nadie recuerda. Al ingresar al universo de Stranger Things el espectador puede visualizar en detalle la década del pop, pero no desde el formato de homenaje o tibia remembranza, sino en ver una producción que podría haber sido desarrollada en 1984 con perfecta normalidad.
Todos los elementos que componen Stranger Things: la paleta de colores, el ritmo de la narración, los hits musicales olvidados, las referencias visuales que se ven influenciadas por grandes éxitos cinematográficos como Cuenta Conmigo o El Octavo Pasajero, hacen sentir que el televisor se convirtió en una máquina del tiempo que sumerge al espectador en una producción de otra época.
Stranger Things es, sin embargo, algo más, representa el cómo una historia bien contada no necesita de grandes efectos o épicas escenas para entretener.
Sostenida en la sólida actuación de una eterna Winona Ryder, la historia sale de la pantalla y envuelve. Es una serie corta, de ocho capítulos que fácilmente se puede tomar como una película de seis horas con breves intervalos, ya que, una vez que comienza es casi imposible parar de ver.
Durante el primer capítulo la historia se presenta rápidamente en un ambiente conocido por cualquier consumidor de películas o miniseries de los 80: los cuatro inseparables amigos del colegio: Mike, Dustin, Lucas y Will, interpretados por Finn Wolfhard, Gaten Matarazzo, Caleb McLaughlin y Noah Schnapp, conforman una inseparable pandilla freak que disfrutan jugando maratónicas sesiones de Dragones y Mazmorras; conformando un grupo bastante identificable para los que recuerdan los estándares ochentosos: el nerd, el negro, el líder y el pobre. Con sus respectivos personajes satélites, la hermana hermosa que quiere ser popular, el chico popular que quiere ser bueno y el hermano extraño que ama a la chica que quiere ser popular.
Sin embargo, algo siniestro se oculta en el tranquilo pueblo norteamericano que alberga la historia. En ese lugar donde habitualmente no ocurre absolutamente nada, se oculta,. bajo un delicado manto de normalidad, un extraño laboratorio perteneciente al gobierno donde se llevan a cabo experimentos con humanos.
Algo sale mal y un ser macabro hace desaparecer a uno de los integrantes más valiosos del grupo de amigos. Provocando que el precario balance sobre el que la normalidad estaba construida desaparezca, introduciendo a la historia un monstruo salvaje que hace recuerda mucho a Alien, pero que cuenta con su propia personalidad y una chica muy extraña, sorprendentemente llevada a la pantalla por Millie Bobby Brown.
Winona Ryder, como la madre del desaparecido Will muestra ese resplandor que muy pocos recuerdan y aparece desesperada por buscar a su hijo más allá de los confines de la realidad. No solo convence al traumado jefe de policía -David Harbour- sino que representa al elemento empático que introduce al espectador dentro de un mundo donde la locura puede ser normal.
Un poco de las grandes historias del mejor Spielberg, tramos de Cuentos Asombrosos, la más oscura de las pesadillas de Stephen King y mucho arte de los 80, componen Stranger Things, una pieza de entretenimiento de la que seguramente Netflix se siente orgulloso.
Stranger Things es una serie que puede amarse u odiarse, pero resulta casi imposible dejar de verla desde el primero hasta el último episodio.