Insulsa al igual que esos cuadros de la pintora Margaret Keane -Amy Adams-, norteamericana que en la década del 50 -como toda mujer y artista de la época- vivió a la sombra de su esposo estafador, el nuevo opus de Tim Burton no resiste una mirada complaciente a pesar de la gama y estilo colorinche que el creador de El Gran Pez -2003- intenta plasmar en pantalla, para esconder el artificio que encierra todo el universo de Big Eyes.
Este adorable seductor, tanto Tim Burton como su actor Chritoph Waltz ?Walter Keane- logra engañarnos. El personaje de Walter Keane por su arrollador carisma, con quien rápidamente contrajo matrimonio la protagonista al tener a su cargo una niña pequeña y así conseguir la estabilidad y seguridad masculina, se hacía pasar por pintor.
Hasta aquí, la premisa prometía una aventura diferente una vez descubierto el secreto o al menos la identidad secreta de quien elaboraba los cuadros que rápidamente ganan la atención del público y abren las puertas al gran negocio del arte como la otra cara de la moneda que el propio Tim Burton conoce por su relación extraña con la industria.
Ambos personajes iniciaron la sociedad conyugal a la vez que comercial bajo un pacto de silencio al figurar el nombre de él en las obras pintadas por ella. Sin embargo, Walter, además de engañarla y someterla; de llevarse todo el crédito por esos cuadros que se caracterizaban por el tamaño expresivo de los ojos de los niños, encontró la veta comercial en la producción en serie, aspecto que lo volvió, en pocos años, millonario a expensas del trabajo arduo de la abnegada madre, esposa y pintora en las sombras.
Big Eyes bucea sobre los claro oscuros de esa relación particular entre Walter y Margaret a partir de la empresa de silencio que ambos sostienen durante largo tiempo por un beneficio mutuo, aspecto que al hombre lo exime de un castigo moral como intenta desde una posición un tanto irónica hacer valer Tim Burton.
Ahora bien, desde la puesta en escena, el realizador norteamericano abusa de la paleta policromática de pasteles para lograr una imagen tan naif y contrastante con la oscuridad habitual de sus anteriores propuestas, que por momentos se hace tan pesada a los ojos como la soporífera tensión que se desata entre Margaret y Walter cuando ella decide revelarse para que aflore finalmente la bestia encerrada en la falsedad del carismático personaje masculino al que el austríaco Christoph Waltz impregna de matices simpáticos para marcar alguna que otra característica ante un pobre guión, algún atributo que resalte frente al escueto plano psicológico desarrollado por los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski -Ed Wood, 1994- y que no encuentra un camino justificado para evadir el estereotipo. En el caso del personaje de Margaret, el problema reside en el tono dramático impuesto por Amy Adams, que si bien cumple con su rol de mujer atravesada por un contexto machista desentona ante el registro liviano y cínico del film.