Desde su opera prima, Yo maté a mi madre -2009-, el canadiense Xavier Dolan ha sabido explorar y bucear en los recónditos subsuelos de las relaciones filiales, con especial énfasis en el rol desacralizado de lo maternal, con ausencia de modelos paternos que llevan a los personajes en conflicto a un derrotero de absoluta intensidad y violencia tanto implícita, desde lo verbal, como explícita cuando se pone en juego el cuerpo y su destrucción.
En Mommy, tal vez la interpelación más audaz no recae en los propios personajes, en este caso el trío integrado por Diane ?Anne Dorval-, madre del trastornado Steve ? Antoine-Olivier Pilon- y en la periferia, la vecina Kyla ?Suzanne Clément- sino en la pasividad o no del espectador, sin una pretensión provocativa per se, pero con un compromiso en el orden emocional capaz de trastocar la propia escala de valores si de responsabilidad sobre el otro se trata.
Para desarrollar este dispositivo, el realizador apela a un Canadá ficticio donde un polémico artículo en el sistema de salud autoriza a los padres de niños con trastornos de conducta, o alguna enfermedad que pueda poner en riesgo el entorno, a entregarlos al cuidado del estado en centros especializados destinados a reclutar jóvenes problemáticos, como Steve.
Sin embargo, Diane prefiere agotar todas las instancias e intentar una convivencia con su hijo luego de haberlo retirado de un colegio donde a raíz de un incendio ocasionado por él, en uno de sus raptos de locura, hirió de gravedad a uno de sus compañeros. Steve no se adapta a las reglas impuestas por su madre y dentro de la relación parece dominar la situación con una postura intransigente hacia Diane, que hace lo imposible por minimizar los riesgos de compartir el mismo techo.
Xavier Dolan utiliza todos los recursos cinematográficos y narrativos a su alcance para el desarrollo de este melodrama intenso que se apoya principalmente en su virtud como director de actores, logrando así que un reparto brillante y muy ajustado salga airoso a este desafío de vaivenes y picos emocionales donde también entra en juego el rol de un tercero en discordia: una vecina con problemas para expresar palabras que entabla rápidamente un vinculo con el muchacho para complementar y ayudar a la madre, quien debe encontrar trabajos esporádicos para mantenerse, a pesar de contar con una edad avanzada en el mercado laboral que le juega en contra.
El otro aspecto central que acompaña este viaje por el universo de las relaciones madres e hijos no es otro que el apartado musical, con una selección de canciones y melodías a tono con la imagen y el movimiento que el propio Dolan insufla en cada plano. Grupos como Oasis, Lana Del Rey, Dido, Beck, Counting Crows y Ludovico Einaudi integran este mosaico musical que acompaña con eficacia también al formato 1: 1, aspecto que genera desde la imagen un efecto extraño y rompe con las representaciones estándar, así como un puñado de primeros planos sobre los rostros para privilegiar la expresión de cada actor.
Con Mommy, Dolan sube un escalón en cuanto a su madurez a la hora de pensar el cine, porque logra despojarse de ese ombliguismo tan criticado por algunos especialistas ya reflejado en películas anteriores, para finalmente adentrarse en un discurso no demagógico y muy personal acerca de las relaciones humanas; la mirada nihilista sobre un mundo donde el amor parece no ser la clave ni la solución para que las personas dejen de sufrir.