La sobrevaloración es lo que mejor define a Selma, el poder de un sueño, la biopic del año para reivindicar la figura de Martin Luther King - David Oyelowo-, que buscaba alzarse con varias nominaciones a las ternas más importantes de los Oscars- tal vez para repetir este año el derrotero exitoso que tuviera 12 años de esclavitud en la entrega anterior- y así cruzar el puente del éxito cuando un cachetazo de la realidad la dejó en el camino con la singular nominación a mejor película como premio consuelo.
Si la película dirigida por Ava DuVernay, con guión de Paul Webb, hubiese tenido reconocimiento por parte de los miembros de la Academia nunca se hubiese justificado por sus méritos cinematográficos, sino por la mera especulación y corrección política a la que ya estamos más que acostumbrados tratándose de los Oscarsy de la fuerte presión de ciertos sectores ligados a la industria del cine porque Selma ante todo, es un relato bastante lineal que puede calificar como telefilm por su estructura y estilo.
El relato no supera su intención prolija por acumular situaciones que ponen en contexto la lucha por los derechos civiles llevadas a cabo por el reverendo Luther King acompañado de su mujer Coretta Scott King - Carmen Ejogo-, las rencillas internas y políticas entre los propios activistas afroamericanos y muy por encima la pincelada del magnetismo del líder carismático por atemperar los ánimos de una comunidad dispuesta a responder la violencia del hombre blanco con más violencia.
El personaje interpretado correctamente por David Oyelowo sin buscar un registro mimético sino aportar una interpretación desde lo conceptual es aquí retratado sin maquillaje idealista, pero su figura se dimensiona desde sus discursos y pensamiento político paciente para negociar con el enemigo, entre otras cosas el derecho a sufragar.
Selmaes un recuento sumario de idas y venidas, amenazas, un clima de disturbio social creciente que ponía nervioso al, en ese entonces, presidente de los Estados Unidos Lyndon Johnson- Tom Wilkinson-, sumada la recalcitrante figura de hombres blancos racistas para lo cual Tim Roth como el gobernador George Wallace resultaba ideal por su fisic du rol.
Más allá de la emoción de algunas de sus imágenes y la buena elección de material de archivo que se inserta durante el desarrollo previo al gran momento, la película transcurre de manera anodina y eso la transforma en una poco interesante radiografía de lo que fuese una marcha social multitudinaria y pacífica que cambiaría el destino de la raza más sojuzgada en la tierra de los hombres libres.
Una película que no funciona como alegato y que está destinada al pronto olvido.