Tal vez sume poco o nada a los fines de un análisis de Francotirador recordar el confeso republicanismo de Clint Eastwood -ya tiene 84 años- e injusto como para medir las virtudes cinematográficas de su extensa carrera aunque eso no signifique un detalle que en determinadas ocasiones puede aplicarse a su mirada o visión sobre determinados tópicos como en este caso la intervención norteamericana en Irak. Su nacionalismo permanece intacto a pesar del tibio criterio de ampliar el pensamiento sobre ciertos postulados que subrayan las diferencias entre republicanos y demócratas.
Con esa salvedad y en base a la elección del personaje a retratar en Francotirador, era de esperarse que esta biopic sobre Chris Kyle, el francotirador considerado por las fuerzas militares norteamericanas como el más letal de la historia con un record de más de 150 abatidos insurgentes en las guerras de Medio Oriente, venga recargada de esta dialéctica mentirosa que abraza la idea de hablar de la guerra actual apelando al humanismo de sus ejecutores, léase víctimas engañadas de un sistema político perverso que demoniza e idolatra a sus víctimas y victimarios en un abrir y cerrar de ojos, sin tomar una posición política para quedar bien con todos.
En Francotirador quedan explicitas las raíces clasicistas del estilo cinematográfico de Clint Eastwood al dividir el relato en un presente concentrado en las diferentes misiones militares de Chris Kyle al que se entrelaza el pasado desde su temprana infancia, adolescencia, enrolamiento en los marines, vida social y arribo al conflicto en su rol de francotirador. Chris Kyle es interpretado por Bradley Cooper -también productor-, de manera correcta sin aportar composición digna de elogios desmedidos. Su transformación a partir de la incorporación del elemento de la guerra, sumada a la tensión psicológica que implica a veces decidir un disparo ante civiles que ponen en riesgo la vida de los compañeros soldados, exhibe rasgos de degradación y paranoia producto de los shocks post traumáticos.
Es que para el director de Gran Torino la guerra es per se mala y termina por degradar a los hombres como Chris Kyle, quienes una vez regresados al suelo norteamericano experimentan tal vacío existencial tras haber cumplido con los mandatos de tradición, familia y propiedad, además de vivir en carne propia el sentimiento de culpa por resultar sobrevivientes. Tal cóctel venenoso de trauma psicológico primario provoca el deseo inconsciente de regresar al teatro de operaciones cuanto antes bajo el pretexto de la defensa de la libertad del mundo.
¿Asesino de civiles o héroe? A pesar del destino trágico del protagonista, Francotirador no logra responder al menos desde la reflexión a este interrogante incómodo y como toda película norteamericana y bélica enarbola las banderas del heroísmo, la redención y la justificación del intervencionismo imperialista. Si bien el patrioterismo es moderado, debe reconocerse en el hábil Clint Eastwood la capacidad para narrar desde las imágenes con poder de síntesis y mantener la tensión dramática al servicio de la acción teniendo en cuenta que el guión de Jason Hall es bastante chato y esquemático.
Sin embargo, cuando el ojo de la atención hace énfasis en el conflicto interno del personaje, en sus secuelas de ese stress post traumático que desarticulan su convivencia con una esposa comprensiva pero cansada -Sienna Miller-, el film se vuelve un tanto solemne y pesado para tan pobre historia.
El director de Los imperdonables es mimado por la Academia pero no como mejor director, algo que en este caso particular hubiera resultado más que un regalo, aunque es más que conocido el conservadurismo predominante en los miembros que año a año depositan sus votos para continuar alimentando la maquinaria de la industria más hipócrita y poderosa del planeta, basta con ver aquellas películas que se colaron en la terna de las mejores como este film desabrido.