True Blood nació en el 2008 con tres tareas para nada envidiables: lograr llegar al público masivo, superar los altísimos estándares que Los Soprano habían alcanzado en series de televisión y afianzar a la cadena HBO como productora de series de culto. Siete años después y luego de ver el último capítulo de la saga del Vampiro Bill podemos decir que la tarea fue cumplida con creces.
La apuesta de HBO en True Blood fue, sin embargo, recibida en sus inicios con escepticismo, el tema de vampiros enamorados se asocia en estos tiempos demasiado a la saga adolescente Crepúsculo y los cuerpos torneados de los protagonista en escenas calcadas de trasnochadas películas de porno soft encendieron varias luces amarillas en la crítica que poco a poco se fueron acallando al empezar a madurar la historia de Sookie Stackhouse, encomendada a la ganadora del Oscar Anna Paquin con un partner desconocido a las grandes audiencias -Stephen Moyer- que se mostró a la altura de su protagonista y pudo componer un vampiro con la capacidad de emocionar y aterrar a la audiencia.
True Blood no tardó en convertirse un boom, ya que logró incorporar un público habitualmente esquivo de las series de monstruos con una nueva generación de actores como Sam Trammell, Ryan Kwanten y Alexander Skarsgård que lograron mantener la atención sobre las historias paralelas que constituyen la trama del circo de tres pistas en que el creador Alan Ball convirtió la adaptación de la saga de novelas de los folclóricos Vampiros del Sur.
Hoy la cadena HBO puso al aire en todo el hemisferio y en simultáneo al último capítulo de la saga que puede ser vista como el final de una historia de amor imposible entre Sookie Stackhouse y el Vampiro Bill que encontró en sus últimos días una nueva humanidad que Bill Compton había perdido en algún momento de tantas desventuras y que en el final de True Blood se ve reflejada al momento de reconocer a Jessica como su hija durante una emotiva boda vampira que se puede ver miles de veces sin dejar de emocionarse.
Los momentos de humor del final son brillantes, con Eric convertido en un nuevo tipo de Rey Vampiro, totalmente mediático e irónico de las religiones modernas, asistido por la incondicional Pam que se presenta como el ángel vengador encargado de castigar a la siempre hilarante Sara Newlin que encontrará por fin el infierno en la tierra al que se sabía condenada.
En la escena final vemos a Sookie Stackhouse feliz, en una nueva vida rodeada por su familia y alejada de la muerte y la marginalidad en la que su amor por Bill la envolvieron; con un detalle solo para fanáticos: nunca se ve la cara del amor definitivo de Sookie, podría ser cualquiera, pero se la ven tan sonriente que todos los que la vean podrán deducir que el final de True Blood para ella es sencillamente feliz...