Con su ópera prima Sin retorno, el director Miguel Cohan demostraba solvencia detrás de cámara y conocimiento acabado del estilo de Hollywood para avanzar en una trama que rozaba el policial y lo mezclaba de manera inteligente con el melodrama. Por eso al ponerse a la cabeza de este proyecto de adaptación de la popular novela Betibú de Claudia Piñeiro, las garantías respecto al género y el no desapego de sus convencionalismos estaba asegurada.
Betibú es un policial clásico en el que un grupo de periodistas acompañados por una escritora de novelas policiales -Mercedes Morán- se sumergen en un complejo entramado que tiene en su vértice el asesinato de un empresario, en un pasado sospechado de haber sido el autor de la muerte de su esposa, que se interconecta con una foto donde quienes aparecen también sufrieron la muerte en circunstancias dudosas.
Algo que parece un ajuste de cuentas en las esferas del poder, en realidad atrae la curiosidad de un viejo y experimentado periodista en la piel de Daniel Fanego, empleado de un diario cooptado por un multimedio español que le impone -entre otras cosas- compartir el oficio con un periodista joven e inexperto - Alberto Ammann- y la sorpresiva llegada de la escritora cuando le es encomendada la tarea de escribir notas de color con su particular mirada sobre la víctima, el misterio del asesinato y su entorno más próximo.
Así las cosas, el trío devenido investigadores de asesinatos comienzan a escarbar en los recovecos invisibles y a conectar puntos que en apariencia no tienen relación alguna con el muerto pero sí con una foto también desaparecida.
Si bien la trama de Betibú logra un ritmo sostenido para la progresión dramática es plausible encontrar momentos a los que les falta pulido en el guión y sobre todas las cosas al intentar resolver en muy poco tiempo la historia, donde es más que notorio el agolpamiento de situaciones y explicaciones en off para que el círculo cierre casi de manera perfecta.
Por otra parte, no puede dejar de mencionarse que la dinámica de una redacción de un diario, que se supone vive en la adrenalina de la actualidad y la búsqueda de la noticia, sea tan liviana y parsimoniosa como la de esta redacción en la que las discusiones sobre lo que va en tapa o no parecen llevadas a cabo por estudiantes de periodismo y no por periodistas pasionales como el que compone el gran Daniel Fanego en otro papel para el aplauso.
Más allá de esas pequeñas arbitrariedades propias de la decisión inequívoca de apuntar alto con valores de producción para generar todas las condiciones de producto cinematográfico rentable y con miras al exterior, Betibúse deja ver y seguramente no defraudará al público en general, que comienza a darle un respaldo al cine argentino industrial que esperemos se multiplique para que de esa manera se pueda crecer con propuestas de género y otras un tanto más audaces como Tesis sobre un homicidio.